El diccionario de términos jurídicos define»Ley paraguas«, como ley de contenido plural, cuya finalidad es posibilitar la efectividad de una norma. Parece que suele estar asociada a la llamada «Ley Omnibus«, que regula todas aquellas leyes que deberían estar separadas según su contenido, así como también ratificar decretos. Es posible que la Constitución española se corresponda realmente con una «ley paraguas» en función de la ley previa de Reforma que fue aprobada por referéndum en 1977. Esta ley no hacía referencia a la organización territorial del Estado, aunque pone las bases para establecer la democracia, derechos y ley. Sin embargo, se confunden los términos «nación» y pueblo». Nación es la primera palabra que aparece pero después se diluye al utilizar el término «pueblo español«.
La Constitución del 78 fue un ley elaborada con los objetivos de establecer una organización territorial del Estado, crear un Estado descentralizado y crear entes territoriales, que se llamaron «Autonomías«, dotadas de autogobierno. Por tanto, desde un punto de vista técnico, entenderíamos que no se trata de una Constitución. Una Constitución debería establecer las bases para la estabilidad de un Estado y no debería ser una herramienta para establecer cambios predeterminados. Un Estado es precisamente un «estado» en un determinado momento histórico, sin que sea posible determinar el porvenir, pero lo que permanece es esa Constitución dada, puesto que se trata de un contrato, no de una agenda. El contrato se puede terminar o se puede realizar un nuevo contrato, si se da por terminado por las partes implicadas, o reformarlo.
Si la la Constitución fuese un casamiento, la división territorial sería como incluir en el contrato los pasos para llegar a una separación o divorcio. Entonces no se trataría de un matrimonio, si no de otra cosa, un matrimonio con fecha de caducidad una vez se repartan los bienes que existían previamente, sin que sepamos qué sentido tiene esa unión, que no puede ser, porque no hay partes previamente.
Posiblemente el problema fundamental reside en la confusión a la hora de referirse al término «Nación«, puesto que no se define en la Constitución, pero es la única realidad. La definición no ha cambiado desde 1812: la nación son los españoles, sea cual sea el territorio donde vivan. No necesita prefijos ni sufijos, ni adjetivos, ni desdoblamientos ni atribuciones, ni matices. Tampoco es una categoría. Es el «ser» del que deriva todo lo demás, puesto que todo se deriva de la existencia de la Nación. La Constitución debe basarse en la soberanía de la Nación si hay democracia, simple y llanamente, y no en una «indisoluble unidad», términos que son ocurrencias, puesto que lo mismo podría haber sido » la indestructible, la insumergible …, etc. y la Nación es ya «una». La Nación no es un concepto, es una realidad y, por ello, no es discutible. Lo que es discutible es el Estado, puesto que hay diferentes formas de Estado y si no hay Nación no hay Estado. Tampoco es discutible la ciudadanía, puesto que si alguien es español, es español, no importa donde viva, y no hay clases de españoles.
Es posible que los «ciudadanos Kane» de la política existan y estén todos en España en nuestro particular Xanadú. Una de las conclusiones de esta película puede ser que por mucho que se gaste, no se asegura que se produzca.
Quizá vivamos en una deriva neoplatónica desde el siglo XIX. El marxismo se presenta como materialismo cuando en realidad es neoplatonismo, puesto que utiliza la dialéctica para desdoblar la realidad, lo mismo que hacía Porfirio en el siglo III, enfrentándose al materialismo de Aristóteles para sustituirlo por un idealismo, por una utopía supuestamente materialista. La realidad se desdobla o se divide en categorías, lo que permite tomar una parte de la realidad por el todo, o incluso invertir los conceptos que ha separado de la realidad. Los desdoblamientos, la división en categorías o la inversión de los conceptos permiten mantener la estructura geocéntrica, aunque parezca algo diferente. Es lo mismo pero desdoblado, dividido o enfrentado en sí mismo. Finalmente los filósofos postmodernos, empeñados en hacer compatible el marxismo con el idealismo, se convirtieron en «Porfirios del siglo XX», al ser incapaces de superar el marxismo, por su apariencia científica y de ruptura con todo lo anterior.
Friedrerich Nietzsche (1844-1900), describe la situación, el final del geocentrismo, y predice el «nihilismo«, el derrumbe de los valores de la sociedad estamental. Nietzsche es contemporáneo de Carlos Marx (1818-1883), pero muere en 1900, no vivió el siglo XX. Sin haber leído sus libros no podemos precisar hasta dónde llegaron sus «predicciones», pero en el siglo XX existe un «nihilismo» frente a un deseo de volver al pasado.
El marxismo fue aparentemente un camino diferente, pero en realidad repite las estructuras de la sociedad estamental. En el siglo XXI seguimos sin poder salir del neoplatonismo geocéntrico. Lo novedoso es que al perder peso las estructuras antiguas, la reacción es crear nuevas estructuras y al perder protagonismo la religión en el mundo occidental, se divinizan los conceptos. Las agendas establecen pasos a seguir en la pretensión de que, en vez de adaptarse al mundo, el mundo se adapte a la agenda, lo cual solo es posible mediante la limitación, el aislamiento, el empequeñecimiento o decrecimiento, puesto que a mayor limitación, mayor efectividad de la agenda y de la estructura. Ante la carencia de visión y la pérdida de protagonismo en un mundo que cambia, la reacción es subirse al mástil, en lugar de agarrar el timón del barco que se hunde o que se encalla en tierra.
La Constitución española de 1978 es un ejemplo de texto neoplatónico al tener como objetivo la división de la nación, al tiempo que «diviniza» el concepto de «unidad». El concepto «indisoluble unidad» parece trascender las capacidades humanas al ser desgajado del término «Nación«. Convierte la «Nación» en «patria», como si la «Nación» se limitase al territorio y fuese ese territorio el que acoge a los españoles que viven en él. «Patria» es un término subjetivo, puesto que implica una relación afectiva de una persona hacia un lugar o país, de origen normalmente. En los años setenta tendría sentido ese término, puesto que muchos españoles tuvieron que emigrar a otros países para trabajar y tenían ese sentimiento hacia España, su «patria», o su lugar, donde nacieron y crecieron y a donde, en la mayoría de los casos, esperaban volver. Este término puede seguir siendo importante a nivel personal pero, en general, la vida, en la actualidad, hace que se tienda a dejar en segundo plano este sentimiento, ante otras opciones o necesidades. No es el territorio, sino las condiciones de vida que se quieren, económicas, sociales y políticas. También se diviniza el concepto de territorio o «patria», al desgajarlo del concepto de «Nación», puesto que se confunden las categorías.
La palabra «nacionalidades» estrictamente hablando, se refiere a ciudadanos con otra nacionalidad, algo que no existe, porque no hay más nacionalidad que corresponda al territorio español que la española, que se sepa. En el Antiguo Régimen el rey lo era por derecho divino, sin embargo, a partir de 1812 será «por la gracia de Dios». En la Constitución de 1978, el Rey es «símbolo de la unidad y permanencia del Estado», por tanto su figura trasciende la persona. Se diviniza porque lo convierte en símbolo de algo que está más allá de las capacidades humanas. El rey es el rey con sus funciones, por la voluntad de Dios en el Antiguo Régimen o por la gracia de Dios, pero no es un símbolo, puesto que es una persona. «Unidad y permanencia» no pueden desgajarse del concepto de Estado, puesto que estaríamos divinizando estos conceptos o al mismo Estado, si los estamos atribuyendo al Estado.
Excepto la Constitución de 1812, las constituciones que se suceden a lo largo del siglo XIX declaran que el rey es sagrado e inviolable. La Constitución de 1837 declara reina a Isabel II por la gracia de Dios y la Constitución. La Constitución del 78 evita referirse a Dios, pero su definición y su justificación terminan siendo muy confusas. No renuncia a atribuirle al rey un carácter sagrado, puesto que lo convierte en símbolo de «unidad y permanencia», que son cualidades de la divinidad, atribuyendo las mismas al Estado.
Para Mircea Eliade las hierofanías forman la base de la religión. El concepto de hierofanía define la manifestación de lo trascendente en un objeto o fenómeno de nuestro cosmos habitual, es decir, un acto de manifestación de lo sagrado. Puede haber hierofanías simples, cuando se manifiesta a través de objetos, o complejas. También hay clases de hierofanías. «Unidad y permanencia» se corresponden con las hierofanías solares, por ejemplo, en el Antiguo Egipto. Por el contrario, una hierofanía selénica, corresponde a la Luna, que simboliza los cambios cíclicos. Las hierofanías uránicas son las manifestaciones sagradas de un ser divino, supremo, celeste y creador y fecundador de la tierra por medio de la lluvia. Como elementos comunes poseen la inaccesibilidad (situados en lo alto), lo ilimitado, lo infinito, el cielo y la omnisciencia, puesto que todo lo observa. A veces la deidad solar puede llegar a suplantar a la uránica.
La divinización de los conceptos es algo muy habitual en el mundo romano, representados muchas veces con forma humana. Desde el Renacimiento abundan las alegorías o representaciones humanas de los conceptos, no solo religiosos sino asociados a la vida política y social, aunque no representan divinidades, pudiendo ser atributos de la divinidad, en el ámbito religioso. Sin embargo, lo que es desconocido, es la divinización de conceptos sin estar integrados en un sistema religioso previo, donde existe un Dios supremo o conjunto de divinidades fundamentales, siendo modificada o aumentada la base del sistema religioso por una multiplicidad de divinidades agregadas o asimiladas a la divinidad principal, a lo largo del tiempo, como sucede en el Imperio Romano. Estaríamos ante una «divinización laica», donde no es necesario recibir la condición divina, sino que esta se adquiere por la «posición». Esta «reacción» sería posible entenderla en esa visión geocéntrica a la que se adaptan los sistemas políticos.
En cuanto a la división territorial, el precedente de las autonomías es el proyecto de Constitución federal de la la Primera República de 1873, que no llegó a aprobarse, al ser restaurada la monarquía en 1874, en la persona de Alfonso XII. Este proyecto surge por el deseo de eliminar la influencia de la Iglesia, monarquía y las estructuras del Antiguo Régimen, mediante la división del territorio en un estado federal, siguiendo el modelo de los Estados Unidos, y un sistema político socialista. El conflicto se produjo entre quienes querían establecer este modelo desde arriba, es decir, establecido por la clase política o quienes eran partidarios de un proceso desde abajo, más revolucionario.
Francisco Pi y Margall, principal teórico de la ideología republicana federal, fue presidente de la Primera República. La división en Estados coincidía básicamente con las Autonomías. Se llegó a redactar la Constitución Republicana Federal del Estado Riojano, aprobada en 1873. En su artículo segundo establece que la Nación española está compuesta por los Estados de los territorios que se enumeran. Parece que se confunde Estado con Nación, puesto que la Nación se identifica con el territorio, por una parte y con el Estado, al decir que «la Nación, reunida en Cortes Constituyentes …»
La Constitución Republicana de 1931 dice, en el primer artículo, que España es una República, pero no menciona el término «Nación», siendo sustituido por «pueblo», al decir que «los poderes de todos sus órganos emanan del pueblo». «Nación» aparece al referirse al Presidente de la República, al decir que personifica a la Nación.
La Ley Orgánica del Estado de 1967, bajo el régimen de Franco se define como Estado Nacional. Recoge la soberanía nacional y los fines del Estado: la defensa de la unidad de los hombres, la integridad, la independencia y seguridad de la Nación. Los conceptos son confusos, puesto que identifica Estado con Nación con el término de «Estado nacional«. No se refiere a los ciudadanos sino a los «hombres»y dice defender «la unidad de los hombres» y la integridad de la Nación, como si fuesen cosas separadas. Lo que parece es que entiende que la población está asociada al territorio, como el patrimonio espiritual y material. Identifica la Nación como un conjunto de todos los elementos, pero separa a los hombres de la Nación, al identificar Nación con Estado. Más bien parece que que población y territorio son una «propiedad» del Estado. El Jefe de Estado se define como representante de la Nación. Se separa la figura del Jefe de Estado y el Presidente del Gobierno, que nombra y separa libremente a los ministros.
La Constitución del 78 establece un sistema enormemente confuso, sin que exista previamente una justificación o explicación del contexto que sostenga lo establecido. Su aprobación fue un acto de fe por parte de los españoles, o de necesidad. Sin entrar en el tema de monarquía si o no, la figura del rey no se pudo justificar con un «por la gracia de Dios», tampoco por la Constitución, puesto que el rey fue nombrado previamente y figura como tal en el Preámbulo. No se explica la razón de su «posición», aunque la Constitución ratifica su nombramiento, al ser aprobada. Es un planteamiento que recuerda al Antiguo Egipto, donde tiene origen el Neoplatonismo, que se caracteriza por la inversión de los términos. Es conocida la creencia de que «el sol sale gracias al faraón, si el faraón no realizara el sacrificio del alba, el dios sol no saldría». En todo caso la ausencia de justificación por Dios o por los hombres deja un vacío en la estructura, que es ocupado por el Estado, puesto que la Constitución declara que el rey es símbolo del Estado. Entonces tendríamos que entender que se diviniza al Estado, que está por encima del Rey y por encima de la Nación, sea lo que sea lo que se entienda por Nación. Como sucede en el Antiguo Egipto, la divinización se produce por la «posición».
El proyecto de Constitución Republicana de 1873, confunde igualmente los términos, puesto que identifica la Nación con el Estado, es decir, Gobierno y Cortes Generales, y con el territorio. El artículo primero dice que «La Nación, reunida en Cortes generales…». La palabra ciudadanos no aparece, si bien recoge derechos de la persona en el preámbulo y dedica un capítulo a los «españoles». La Nación se divide en Estados federales, con sus correspondientes territorios. En contraste con la Constitución de 1812, en la que las bases del Estado se ponen en el Título primero: define la Nación española como «el conjunto de los españoles», el capítulo segundo se dedica a los españoles, el tercero al territorio, religión y gobierno y el cuarto, «De los ciudadanos». Lo que hace el proyecto de Constitución federal es eliminar a una de las partes del contrato, puesto que suprime o diluye a los «ciudadanos españoles», y pone en su lugar al Estado en un desdoblamiento entre territorio y gobierno, estableciendo el contrato entre los dos, es decir, se hace un desdoblamiento y el Estado hace un contrato consigo mismo, excluyendo a los ciudadanos que pasan a identificarse con el territorio, como si fueran un elemento del territorio que se ha dividido en Estados. Se trata de una confusión de las categorías neoplatónica.
La Constitución del 78 realiza un desdoblamiento similar. El término Nación no se define, aunque dice que la soberanía nacional reside en el pueblo español del que emanan los poderes del Estado, en el punto 2 del artículo primero. Sin embargo, en el punto uno, que precede, España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, sin que se defina el significado de estos términos, que corresponden a una categoría ideológica. Previamente no se identifica Nación con España o con ciudadanos españoles. En el preámbulo se dice que el pueblo español ratifica la Constitución. «Pueblo español» es un término descriptivo, no es lo mismo que Nación. La Constitución debería ser un contrato entre las dos partes, la Nación que son los ciudadanos españoles y el Estado. La palabra «ciudadano» aparece en el capítulo dedicado a derechos y obligaciones de los ciudadanos españoles, sin haber aclarado los términos previamente. El artículo dos, identifica la Nación con el territorio y como «patria» de los españoles. «Patria» es un término subjetivo, que podría tener muchos matices. Se refiere a un sentimiento de amor y deber no solo hacia el territorio, también hacia una autoridad, teniendo en cuenta el origen del término en el «pater familias» romano, quien tenía una autoridad familiar, pero que también tenía el sentido de proteger y acoger, o de pertenencia.
El artículo dos, dice que la Constitución se basa en la «indisoluble unidad de la Nación española», sin que sepamos qué se entiende por Nación. Si Nación es «el todo» o conjunto de partes y elementos, sin establecer ni definir previamente las partes y los elementos, entonces no hay contrato, puesto que todo es «uno». Estaríamos más allá de las capacidades humanas, en una unidad metafísica.
En su obra «El ser y la nada«, Jean Paul Sartre (1905-1980), explica que el «ser» es definido por lo que no es, es decir, la nada, que es anterior a la negación, y que actúa como una dialéctica con el ser. En el hombre no coinciden ser y esencia, según Sartre, puesto que «el tiempo» determina la esencia, lo que el hombre llega a ser.
Un replicante, como se cuenta en la película Blade Runner, no sería un hombre, puesto que es el producto de la ingeniería genética y nace siendo adulto para desempeñar una función, teniendo su vida una fecha de caducidad establecida. Sin tomar muy en serio la ciencia ficción, la diferencia con el hombre sería el factor «tiempo», puesto que nace siendo lo que llegaría a ser. El replicante sería un hombre privado del tiempo, puesto que no tiene memoria propia, habiendo siendo implantados recuerdos que parecen propios. Al replicante en la película, llamado Roy Batty, le da igual y solo quiere seguir con su vida, dure lo que dure, independientemente de su función original, que ha dejado atrás. Por ello, ya tiene el factor tiempo que le faltaba, desde el momento que empieza a existir, es un ser bastante humano y no se podría decir que no es humano o que su esencia no es humana, aunque su función original fuera ser una «herramienta» para un determinado fin. Sartre entiende que la «nada» es la destrucción de lo ya dado para crear nuevas realidades, por lo entenderíamos que el pasado es algo que se destruye. Sin embargo, el pasado sigue formando parte del presente, de otra manera habría un vacío, que se evita porque existe la memoria. No hay ninguna necesidad de separar o desdoblar ser y esencia, puesto que la vida engloba el pasado, el presente y el futuro, que es el tiempo y el espacio.
El personaje del «replicante» recuerda al personaje de Caperucita Roja del cuento infantil. El cuento representa el curso de una vida, desde la infancia, representada por la niña, la edad adulta, representado por la madre y la vejez, representada por la abuela. Aunque sean tres personajes en realidad es uno solo, puesto que son las edades de una vida. La niña inicia un «viaje» hasta la casa de la abuela, que representa la infancia como punto de partida, que debe llegar a la vejez, pasando por la edad adulta previamente. En la edad infantil existen peligros y es fácil ser engañado o perderse en el camino, peligros representados por el lobo, que intenta retrasar el camino o impedir que la niña llegue a su destino. El lobo se presenta como un «amigo» que quiere ayudar a Caperucita, indicándole un camino más fácil y rápido para ahorrar tiempo. Finalmente se come a la abuela y a la niña, por tanto se entiende que Caperucita no llegará a la edad adulta, representada por la madre.
En este cuento, de origen medieval, el personaje no puede llegar a la edad adulta, puesto que se corta su camino en la infancia, por tanto, tampoco llega a la vejez. El lobo sería una especie de ladrón del tiempo o de la vida y sería equivalente al personaje de Harrison Ford en la película, que al final no acaba con «Caperucita» o replicante Rachael, que carece de infancia, pero que existe y es adulta. Aunque el personaje era el «lobo», en un momento dado decide no serlo, a pesar de que esa era su función inicial, la que tenía encomendada. La diferencia entre los personajes del cuento y la película es que en el cuento los personajes son lo que son, aunque la niña o mujer, cambie a lo a lo largo de las etapas de su vida, sin embargo, en la película, los personajes son seres programados para que sean siempre lo mismo o dejen de «ser», si ya no son útiles. En ambas historias un «lobo» pretende robar o cortar su vida para que sirva a sus interesas. Aunque también se podría decir que los personajes de la película se encontraban en una edad infantil, aunque fueran adultos, pero que en un momento dado alcanzan la madurez al tomar sus propias decisiones, siguiendo su propio camino. En ambas historias se intenta impedir la madurez de los personajes.
Roy Batty, sucumbe a la tentación de querer saber cuánto tiempo le queda de vida, no le basta con vivir simplemente. Para ello va a ver a una «abuelita» para preguntárselo, es decir, el autor de la ingeniería genética que hizo posible la existencia de los replicantes y que, sin embargo, no puede responder a esa pregunta. En este caso, Sebastian era el «lobo» que se convierte en abuelita al enfrentarse a Roy Batty. La «abuelita» muere a manos del «lobo» en el que se ha convertido Roy Batty. No solo mata al padre, sino que también mata al dueño de la compañía, la Tyrell Corporation, que podría ser considerado la «madre» de los replicantes. Recordando otras películas, también podríamos decir que mata al «padre» y que, por tanto, no podrá convertirse en adulto y que morirá, al igual que su compañera, puesto que también mata a la «madre», y al matarlos, ocupan su lugar.
Este tema de las dificultades para alcanzar la vida adulta parece ser muy frecuente en las historias y en las películas, bien porque el propio protagonista no quiere o no puede, como ocurría con Peter Pan, o porque otros personajes se lo impiden. Cuando no se alcanza la madurez se crean mundos imaginarios o alternativos, como puede ser «Nuncajamás» o realidades paralelas donde se refugian los personajes, huyendo de la realidad que no entienden o que no se corresponde con sus deseos. Al contrario de lo que dice Sartre, la dialéctica de la realidad con «la nada» no define el «ser»por negación de lo que no es, sino que crea mundos imaginarios o «replicantes» de la realidad, confundiéndonos mucho más. Los mundos imaginarios pueden no estar sólo en la mente sino que llegan a ser materializados en una puesta en escena, aunque también podría decirse que los artistas hacen algo parecido. La percepción de la realidad se puede distorsionar más o menos.
Hablando de ciencia ficción, podríamos retomar el tema del «gen neandertal» que nos queda. Más que buscar algo extraordinario habría que mirar lo ordinario, puesto que se trata de un antepasado bastante humano. Quizá no fue tanto un problema de capacidad como de mentalidad. Es posible que la aparición del arte prehistórico se deba a una neurosis, por una situación de estrés o angustia, coincidiendo en el tiempo con la desaparición del hombre de neandertal, que no fue de repente, sino a lo largo de unos miles de años, en los que se cruza genéticamente con el homo sapiens, aunque tampoco está claro si eran dos especies diferentes. Los síntomas de la neurosis adquieren una función simbólica, que pretende poner en escena un viejo conflicto infantil, siendo la manifestación neurótica el resultado del compromiso posible entre el deseo y la defensa. En este caso, lo que representarían las pinturas rupestres del Paleolítico, no es tanto el mundo del sapiens como el del neandertal, que estaba desapareciendo. Pintar el el fondo de las cuevas sería algo así como ese proyecto de salvaguardar la memoria humana bajo el subsuelo del Ártico, ante el temor de su desaparición.
Para saber más sobre la teoría de la neurosis de Carl Jung, habría que leer sus libros. Según afirma, en 1964: «Si por un momento consideramos la humanidad como un solo individuo, vemos que la raza humana es como una persona llevada por poderes inconscientes; y al género humano también le gusta guardar ciertos problemas en cajones separados… Nuestro mundo está, por así decirlo, disociado como un neurótico, con el Telón de Acero trazando una línea simbólica de división. … Es el rostro de su propia sombra maligna la que sonríe al hombre occidental desde el otro lado de la Cortina de Hierro».
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