Es posible que una visión geocéntrica del mundo pueda servir para explicar la Historia, basándonos en estructuras y figuras geométricas. De ese modo, en la Edad Media todo podría resumirse en las dos espadas y los puntos cardinales. La teoría heliocéntrica fue formulada por Aristarco de Samos en el siglo III a.C., pero fue rechazada al contradecir la visión geocéntrica de Platón y Aristóteles, puesto que anular un pilar fundamental de sus teorías sociales y políticas, echaría por tierra el saber establecido. De hecho, dos mil años después seguimos teniendo el mismo problema, prefiriendo ignorarlo y tirar para adelante, a ver si cuela dos mil años más. A favor hay que decir que, mientras que no seamos capaces de asumir la teoría heliocéntrica, la visión del mundo geocéntrica encaja perfectamente en nuestro cerebro, siempre y cuando no miremos más allá.

A mediados del siglo XIII, en 1252, Alfonso X sucedía en el trono de Castilla a su padre, Fernando III. Recién conquistada Sevilla, fue coronado en esta ciudad, posiblemente por su hermano Felipe, entonces arzobispo de Sevilla. Quizá porque Alfonso era celoso de su poder frente a sus hermanos, o por la teoría de las dos espadas, según la cual el poder espiritual era superior al poder temporal, Felipe abandonó seguidamente la carrera eclesiástica, que le correspondía por ser hijo segundón del rey Fernando y de la reina Beatriz de Suabia, siendo concertado su casamiento con la princesa Cristina de Noruega. Cristina era hija del rey Haakon, quien estaba interesado en ampliar las rutas comerciales del reino de Noruega y Dinamarca, después de conquistar Escocia y el norte de Irlanda.

En su viaje hasta España, Cristina desembarcó en Francia, temiendo a los piratas del golfo de Vizcaya, y llegó a Castilla desde Barcelona, hasta Valladolid, donde tuvo lugar el enlace matrimonial. Podríamos decir que llegó desde el Este, como un amanecer, porque además de llamarse Cristina, que significa «de oro», casi seguro que sus cabellos debían ser rubios. Valladolid en aquella época era conocida con el nombre de Vallisoletum, que quería decir «valle del ocaso del sol». Valladolid es una ciudad construida en el valle de un río, el Esgueva, dividido en dos ramales que desembocan en un río mayor que es el Pisuerga. En la actualidad las aguas están canalizadas, pero no hace mucho tiempo, donde se situaba el alcázar, uno de los ramales inundaba zonas que hoy están secas, formando una laguna en la desembocadura. Quizá en el ocaso, pareciera que el sol se introducía en la fortaleza, herido por las almenas y las lanzas en el atardecer, siendo la tumba del sol. La palabra «soledad», puede proceder precisamente de la misma palabra, en latín.

Cúpula ochavada de la capilla de San Llorente. Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid. Foto: Wikipedia

Cristina de Noruega y Felipe de Castilla se casaron en la Colegiata de Santa María en Valladolid, de la que Felipe había sido abad. Cristina murió cuatro años después, sin descendencia, siendo enterrada en la abadía de San Cosme y San Damián, en Covarrubias (Burgos). Se dice que Felipe prometió a su esposa construir una iglesia dedicada a San Olaf, el santo patrón de Noruega, pero la princesa murió sin que se cumpliera su deseo. Quizá se dice porque no se sabe, puesto que la capilla de San Llorente, también conocida por la advocación del Corpus Christi, en la antigua colegiata, está cubierta por dos cúpulas de mocárabes decoradas con los escudos de Castilla y León y la cruz blanca de San Olaf, por lo que podríamos suponer que Felipe hizo venir alarifes de Sevilla para decorar las cúpulas de la colegiata, con motivo de la boda. El nombre de San Llorente, aunque no es infrecuente en Castilla, en realidad no se refiere a un santo en particular, del que se sepa su existencia o se conozca una leyenda. Se suele decir que es un nombre que equivale a Lorenzo. Llorente podría significar «el que llora», o podría estar relacionado con el agua. Sin embargo, Lorenzo es un nombre que se da al sol, es decir, se llama Lorenzo al sol y a la luna, Catalina, tradicionalmente. San Olaf fue un rey vikingo que se convirtió al cristianismo en el siglo XI, siendo el santo patrón de Noruega. Murió en la guerra contra los daneses y, según la tradición, un ciego comenzó a ver tras frotarse los ojos con la sangre de su cadáver. Suele ser representado con un hacha, arma típica de los pueblos del norte.

Retablo de Olaf Haraldsson, s.XIV. Catedral de Trondheim (Noruega). Foto Wikipedia

En Tallin (Estonia), cuyo nombre en la Edad Media era Reval, la iglesia dedicada a San Olaf se construyó en el siglo XII, cuya torre llegó a ser considerada la más alta del mundo, siendo visible desde el mar. La ciudad de la época intentaba convertirse en un importante centro comercial. Existe una leyenda que recuerda vagamente a la leyenda de Cristina de Noruega, porque tiene que ver con la construcción de una iglesia. Serán ecos de los tiempos, que llegan sin saber de dónde o rebotan sin saber a dónde van a parar. Según la leyenda, una maldición decía que quién lograse acabar la iglesia moriría irremediablemente. Un desconocido llegó dispuesto a acabar la obra, asumiendo el riesgo a cambio de una elevada cantidad de dinero. A pesar de no poder pagar tal cantidad, los habitantes de la ciudad aceptaron cuando el desconocido les propuso un trato: les perdonaría la deuda si lograban averiguar su nombre. Las autoridades mandaron a un espía a la casa del desconocido, donde pudo escuchar a la mujer del constructor cantando una canción de cuna, cuya letra decía: «Duerme mi bebé, Olaf llegará pronto a casa con el oro suficiente para comprar la luna». Los habitantes de la ciudad acudieron a la iglesia justo en el momento en que el constructor estaba colocando la cruz en lo alto de la torre. Desde abajo empezaron a gritar: ¡ Olaf, Olaf, la cruz está torcida !. El hombre sorprendido, perdió el equilibrio y cayó. Ya muerto en el suelo, de su boca salieron una serpiente y una rana, por lo que las gentes pensaron que Olaf fue ayudado por poderes oscuros. A pesar de todo, dieron el nombre del constructor a la iglesia.

Valladolid aparece desde el siglo XI con el nombre de Vallaolit o Valleolit. «Valla» o «Balla» aparece en los topónimos con el significado de «fortaleza», si procede del latín, y «O», en general, parece tener el significado de «agua». Al menos en francés, «o», escrito «eau», es el significado que tiene. Pero puede referirse a gente, puesto que, de forma metafórica, los términos que se refieren a «agua» también se usan para referirse a «gente». Olit o bien Olite, se suele decir que se refiere a «olivos», pero en la Edad Media parece hacer referencia a lugares donde se concentran los soldados y ejércitos, es decir, gente que va a la guerra o a la lid. «O», se utiliza en Irlanda para referirse a una familia o clan, acompañando al apellido, que es lo mismo que «mac» en Escocia. El olifante medieval es el cuerno de guerra que llama a las batallas. De cualquier manera, la rama de olivo se ha quedado como símbolo de paz, cuando es llevada por una paloma, que igual simboliza el alma de los muertos en la guerra al ascender al cielo, habiendo conseguido, al fin, la paz. Sin embargo, solemos creer que la paz va a ser para los vivos.

En todo caso, los habitantes de la ciudad, los de más allá y los de más acá, puesto que en una visión geocéntrica hay que incluir a los del más allá, pero no los enumeramos para que no parezca un rosario, se quedaron un poco soletanos y soletanas, al darse cuenta de que esto no era divertido.

En la Edad Media se hicieron muy populares los juegos de mesa, como el backgammon. Foto: Wikipedia
Disco «El Clan de la Lucha», Saratoga, 2004

Foto principal: San Salvador de Artá (Mallorca). Wikipedia

Leyenda de Tallin: photoviajeros